jueves, 3 de octubre de 2013

Un artículo no publicado para el nº200 de Arkinka

EL ECO VACÍO DE LA ARQUITECTURA
Patricia Ciriani Espejo
Arkinka nº200, julio 2012 - No publicado
Lima, 15 de junio del 2012


Primero se fueron los manifiestos de arquitectura de las revistas de arquitectura –no pasó nada pues ya casi no se hacía arquitectura manifiesto. Luego se fueron los grandes debates, donde los arquitectos respondían como ciudadanos de una ciudad compartida. No pasó nada, pues el giro neoliberal de los 1980 consagró la figura del arquitecto estrella y los arquitectos compitieron entre ellos en vez de asociarse para el bien de la Arquitectura. Progresivamente desaparecieron las personas de las fotografía de arquitectura. No protestaron los arquitectos, pues así se veía mejor sus objetos solitarios. De pronto no se podía criticar ningún edificio, pues los edificios servían para vender un barrio, una ciudad, un gobierno. Y cuando se presentaron unas perspectivas 3D más realistas que cualquier fotomontaje, nadie se indignó al ver equiparados plásticamente los proyectos de arquitectos a las publicidades de proyectos de inmobiliarias en falta de identidad. Esa ambigüedad entre el dibujo de un proyecto y la fotografía de una realización se hace cada vez más imponente.

Curiosamente, las críticas actuales a la arquitectura “genérica”, intercambiable de una ciudad a la otra según la marca líder del momento, provienen no de las revistas de arquitectura, que ya no hablan del habitar ni del genius loci ni menos del valor político y simbólico de la disciplina. No, las críticas vienen, difusas, de los artistas, o arquitectos reconvertidos en artistas, o de antropólogos atentos al desamor de la población con una profesión vista como el enemigo. La idea de hacer participar a los habitantes o usuarios en la construcción de su ciudad implica educar a la población sobre el valor de la arquitectura, desde la escuela primaria hasta los comités vecinales.

Cada año salen miles de diplomados de las escuelas de arquitectura, que el mercado profesional no llega a contentar. En Europa las normativas proambientales y securitarias estatales, en el Perú la ley del mercado, priman sobre el pensamiento arquitectónico. En ambos casos, el efecto es un empobrecimiento de la arquitectura, reducida a una mera caja contenedora con su piel de revestimiento por toda identidad.

El Perú estaría en posición de crear manifiestos, pues es un país joven por su población, poco denso demográficamente, con miles de hectáreas para construir, una capital caótica, y justo ahora está viviendo un auge de la inversión privada. Si la profesión estuviera unida, si se considerara mejor la historia de la arquitectura en las cincuenta-y-cuatro escuelas registradas en el país, se podría organizar un contenido más crítico respecto a lo que se construye a marcha forzada sin mayor criterio de habitabilidad. Se organizaría concursos para favorecer la calidad arquitectónica, y se respetaría sus resultados. Se criticaría los edificios según criterios de uso, estética y beneficio obtenido por la comunidad ciudadana. Volverían las personas y sus hábitos a las fotografías de arquitectura.

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